domingo, 28 de diciembre de 2008

La Reconquista III: El surgimiento de León


En el 910, al repartir Alfonso III (cuya sede gubernamental era aún Asturias) entre sus hijos el reino, dio a León este carácter. Al morir García I y subir Ordoño II se anexan Galicia y Asturias, quedando León como capital definitiva.
A partir de este momento, es el rey de León el principal caudillo de la reconquista: primero, por la superioridad militar de su reino; segundo, por la firme convicción de que era él quien continuaba la tradición de la monarquía visigótica-toledana, lo cual le otorgaba imperio sobre cualquier otro reino que surgiese en la península. Por lo tanto, es claro que la idea nacionalista unitaria de España no surge de Castilla como hegemonía preponderante, sino de León como conservador de la Hispania goda.
Esta primacía de León no fue sólo aceptada allí, sino también por el resto de los reinos cristianos peninsulares. Cito a Ramón Menéndez Pidal: "Después de la destrucción del reino visigodo, al consolidarse el pequeño reino asturiano, los monarcas de Oviedo se sentían sucesores de los godos de Toledo, continuadores de la monarquía total hispana, en parte liberada ya, en parte irredenta aún, y si bien no solían tomar más título que el de princeps o rex, vemos surgir un hecho nuevo cuando Alfonso III el Magno (866-910) es llamado por sus hijos o por sus súbditos magnus imperator o imperator nostro. Luego, residiendo ya la corte en León, Ordoño II (914-923) es designado por una genealogía navarra como imperator legionensis, y Ramiro II (930-950), lo mismo que Ramiro III (965-984), reciben también el nombre de imperator, y aun el último de estos reyes toma el título de magnus basileus. (...) Que tal supremacía tenía en ocasiones positiva eficiencia lo indica el que Ordoño II se sintió obligado a amparar reiteradas veces al rey de Navarra, ayudándole en sus luchas con los musulmanes y conquistando para él la ciudad de Nájera."

lunes, 22 de diciembre de 2008

La Reconquista II: El inicio


Al invadir los moros la península, ésta cayó rápidamente en sus manos, menos una pequeña área del Norte, un rincón habitado por pueblos muy peculiares. ¿Qué tenían de especial estas pequeñas poblaciones, que lograron contener el arrollador avance musulmán, mientras en ello mismo habían fracasado el enorme imperio bizantino y la monarquía visigótica? Es esta una pregunta muy interesante, y para responderla debemos primero remontarnos a tiempos muy anteriores.

Los orígenes

Al irrumpir los romanos en la península hallaron una variedad de pueblos impresionante. El Sur era habitado por una mezcla de pueblos mediterráneos. Fenicios directamente llegados de Tiro; fenicios nacidos en Cartago; pequeñas colonias griegas en la costa levantina; y los denominados iberos, mezcla extraña de grupos que cruzaron el estrecho de Gibraltar desde tiempos prehistóricos.

El Norte era habitado por pueblos de origen predominantemente céltico, totalmente diferente a los anteriores lingüística, cultural y hasta racialmente.


El Sur de la península fue rápidamente sometido por los romanos, proceso iniciado desde la expulsión de los cartagineses con las Guerras Púnicas. Pero el Norte demostró mucho mayor resistencia. Tomó nada menos que al mismo César Augusto once campañas dominar la mayor parte de la región. Vascones, galaicos, cántabros y sobre todo astures presentaron una resistencia formidable. ¿Cómo olvidar las andanzas de Corocotta y las viciscitudes de su pueblo? Cito a Rafael Manzano: "Las batallas fueron terribles; las noticias que nos suministra Estrabón nos hacen asistir a espantosas escenas; los cántabros, crucificados por los romanos, mueren entonando himnos guerreros. Rehusan las luchas campales, acogiéndose a las guerrillas y los ataques por sorpresa, valiéndose de su conocimiento de la geografía de su terreno. Los romanos, obligados a pelear contra un enemigo invisible y que parece multiplicarse, se fatigan y enervan." Desesperado, César Augusto pone precio a la cabeza de Corocotta: 250,000 sestercios. "Y se produce el caso asombroso de que es el mismo Corocotta el que baja de las montañas y extiende ante Augusto su mano para recoger el premio. Y Augusto se lo otorga, bajo promesa de sumisión a Roma."


Y así contamos con decenas de anécdotas que nos dejan perplejos ante la forma de ser de estos pueblos del Norte de España, belicosísimos por naturaleza, por necesidad y por tradición.


Covadonga

En el 722, tuvo lugar esta célebre batalla, en la cual los montañeses asturianos bajo el mando de Don Pelayo detuvieron a las rampantes hordas islámicas. Según las crónicas de Alfonso III, Pelayo no tenía más de trescientos hombres.
Mientras pasaban los invasores por los desfiladeros que conducen a la gruta en la cual se refugiaban Pelayo y sus montañeses, éstos salieron de improviso arrojando lanzas, saetas y sobre todo piedras, aplastando a los impíos como lo habían hecho con los cartagineses y los romanos varios siglos antes, sólo descendiendo de los picos al final para rematar a los moribundos y para eliminar a los pocos cientos que quedaron en pie.
Más trascendente la batalla por lo que simbolizó que por las bajas islámicas provocadas, es el evento que marca el inicio de la Reconquista, llevado a cabo por los belicosos montañeses y su espléndido rey Pelayo, imbuidos por un espíritu de guerra santa inspirado en su totalidad en la defensa de la Fe. Advertimos cómo tres siglos antes de las cruzadas la lucha entre la Media Luna y la Cruz alcanzaba ya momentos culminantes en España, y este choque de mentalidades forjaría el carácter de esta nación.


sábado, 20 de diciembre de 2008

La Reconquista I: La invasión islámica


En el siglo VII d.C. surgió de las arenas ismaelitas un hombre que daría gran cohesión a su pueblo, que no era más que una serie de tribus semi-nómadas que se dedicaban al bandidaje y al comercio de camellos. Este hombre, que decía haber recibido inspiración divina por medio del arcángel Gabriel (clara nota de la influencia cristiana recibida a través de los herejes nestorianos y monofisistas que rondaban el Oriente), predicó una doctrina (por todos conocida y que por lo tanto no explicaré) que por su gran sencillez se adaptaba perfectamente a la mentalidad de los hombres del desierto. Pronto los árabes se convirtieron (aunque hubo cierta resistencia pagana al inicio, aplastada cuando tomó la Meca después de la Hégira y cierta resistencia de minorías religiosas, como los judíos de Medina, también aniquilados) y surgieron con una gran fuerza expansiva. En menos de un siglo tomaron una gran parte del Medio Oriente (cristiano en su totalidad hasta ese momento), el norte de África (también cristiano), casi toda España (fueron detenidos por los montañeses asturianos, tema de mi próxima entrada) e incluso irrumpieron en el Sur de Francia (donde fueron detenidos por Carlos Martel en Poitiers).
La monarquía visigoda, conversa al verdadero cristianismo en el 535 (antes de aquel momento profesaba el arrianismo) se encontraba en un período de decadencia y disensión. Algunos de sus nobles se unieron a los invasores asiáticos y en muchas ciudades la judería local les prestó gran ayuda (desde este momento surgiría el antisemitismo español, tema sobre el cual escribiré en un futuro). En muy poco tiempo los moros ocuparon casi toda la península e implementaron la Sharia. Hubo tolerancia a muchas poblaciones cristianas conquistadas (mayor que en África y en el Medio Oriente) pero la imposición del impuesto a los Pueblos del Libro (que fue mucho más leve en el caso de los judíos, en agradecimiento por su colaboración) fue un elemento que arrastraría a un porcentaje de aquellas poblaciones al Islam.